Pintura

Ramón Acín y la pintura

Los comienzos pictóricos de Acín son precoces. Félix Lafuente fue su primer maestro y con él se inició realizando sus primeras incursiones en el modernismo y en el postimpresionismo de principios del siglo XX. El papel de su maestro supera la mera resolución técnica: le infundió el ansia de la búsqueda y el amor por la pedagogía.

El proceso plástico de Acín es sinónimo de destilación, de una simplificación estudiada. Los trazos coloristas y llenos de materia de sus primeros años van a matizarse hasta llegar a una pintura fronteriza con el dibujo, desnuda y esquemática, solamente rota con el cuadro “La Feria” de 1927-28. Para ello habrá de pasar por diferentes incursiones en las vanguardias con las que tuvo contacto, especialmente en el Paris de 1926. Los “Ismos” no le fueron ajenos y transitó por ellos con soluciones efectivas hasta encontrar su propio camino.

La destreza caligráfica de los retratos reafirmó ese concepto de desnudez en el que líneas y pliegues bailan con unas masas de color casi transparentes. En esos cuadros trasluce el volumen casi plano que va a ser el centro de su escultura.

Ésta es la aportación más importante de Acín a la pintura.

 

De chiquitín, dibujaba en las puertas y zócalos de las paredes. Más tarde, estudiando en Zaragoza la carrera (que no terminé) de Ciencias Químicas, en las clases, pongo a Rocasolano por testigo, seguía dibujando en los márgenes de los libros de texto. Hoy sigo emborronando papel y ya tengo dispuesto en mi testamento (un testamento que de bienes ni hablar) que me entierren con unas resmas de papel y muchas docenas de lapiceros. Soy de los muchos que, algo al modo del dinero del sacristán, dibujando vienen y dibujando se ván; y a mi aún me queda la esperanza de dibujar de haberme marchado.

Ramón Acín, 1925

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