A las tres y media de la tarde del miércoles 22 de febrero de 1939 – miércoles de ceniza– en la habitación de un modesto hotel de Collioure, extenuado de la vida y de la historia, falleció Antonio Machado, un poeta que marcaría la imagen de la vida y de la libertad frente a la muerte que representaron los sublevados contra al II Republica española.
Se murió solo, no lo mataron aquellos que acabaron con miles de españoles. Machado se fue, junto al mar, con razón y con ética.
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